dimecres, 26 de febrer del 2014

Educar en tiempos de crisis

Muchos autores y la población en general piensan que estamos viviendo una crisis de valores. Tenemos una sociedad líquida donde el esfuerzo, la constancia y el saber esperar para conseguir un logro ya no tiene validez (Bauman, 2005), donde la abuelita marketing nos impulsa al consumismo desenfrenado para lograr el estado de bienestar cada vez más exigente de los medios de comunicación (Pennac, 2007). Sabemos cómo influye el ambiente, las amistades en el desarrollo integral de nuestros hijos, dime con quién andas y te diré quién eres, es comprensible y legítimo para unos padres preocuparse por el ambiente, el micro y mesosistema que rodea a nuestros hijos y que condiciona no solo su conducta sino el desarrollo de su personalidad (Bronfenbrenner, 2013).
Pero ¿cómo ejercer un control parental cuando es la gran mayoría de la sociedad que anda perdida? ¿Qué significa estar perdido? ¿Es legítimo éste control por parte de los padres? ¿Hasta qué edad? ¿Son normales las conductas que hoy en día viven nuestros adolescentes? Son muchas preguntas que dan lugar a un gran debate.
Pienso en el Maximilien que Daniel Pennac describe en su libro Mal de escuela (2007), un adolescente que arrastra fracaso escolar, vive prácticamente en la calle, trapichea con droga, abusa del alcohol, es descarado, irrespetuoso, adicto al móvil, la banda ancha, los video-juegos, las marcas, el monopatín y la música electrónica… Es la gran mayoría de la juventud de hoy, pero ¿queremos esto para nuestros hijos? ¿Cómo frenarlo? ¿Se puede? Habrá que intentarlo, ¿no? Muchos adolescentes como dice el juez Emilio Calatayud son delincuentes en potencia. No pretendo ser alarmista,  a mí lo que me preocupa es cómo muchos de ellos pierden su tiempo valioso de formación en un ocio pasivo y a veces destructivo que nada bueno les aporta a su desarrollo, parece que todo lo que les supone esfuerzo, trabajo y constancia les aburre, pero ¿cómo piensan prepararse para el día de mañana? ¿Cómo van a convivir si no aprenden a ceder y a dar amor, cómo van a educar unos hijos si al primer llanto y la primera noche en vela no van a soportarlo?
El homeschooling puede de algún modo evitar gran parte de este contacto masivo que se produce en las aulas, puede filtrar las amistades y escoger el entorno social. Al pasar más tiempo con los hijos se fortalecen los vínculos afectivos, se propicia la convivencia, el diálogo entre padres, hijos, hermanos, abuelos  y  se fomenta la educación de los valores morales, éticos y críticos frente a las conductas sociales patológicas.
Por supuesto, esto no implica que los niños escolarizados sean todos unos perdidos, sería un modo simplista, sesgado y equivocado de ver la realidad. Cualquier padre y madre responsable que vele por la educación de sus hijos puede conseguir incluso mejores resultados. La clave es dedicar tiempo a nuestros hijos, dialogar con ellos, conocerles, comprenderles, apreciarles, descubrir su propia personalidad y confiar en ellos. En definitiva, educarles.

Bibliografía

Bauman, Z. (2005). La vida líquida. Barcelona: Editorial Paidós.
Bronfenbrenner, U. (2013). La ecología del desarrollo humano. Barcelona: Paidós.
Marina, A. (2013). Talento, motivación e inteligencia. Barcelona: Cedro.
Mollá, J. L. (2007).  La escuela orientadora. Madrid: Narcea.
Pennac, D. (2007). Mal de Escuela. Barcelona: Debolsillo.